domingo, 14 de julio de 2013

Voluntariamente


Un momento del cumpleaños

Hace unas semanas celebramos un cumpleaños con la Asociación y el formato del cumpleaños, tomar algo en una terraza, dio para hablar, que es una gozada cuando las personas tienen algo que compartir. Hablamos de experiencias personales y de opciones vitales, quizá ese tipo de opciones que nos han llevado a formar este pequeño colectivo humano. Y salieron también anécdotas de la Asociación, entre otras una que da título a este breve artículo y que tiene mucho mejunje.

La anécdota la protagonizaba una persona que quiso asociarse a Acuario y de la que cabe destacar una cualidad sobre cualquier otra: la sinceridad. Tan sincera fue que explicó en su primer encuentro con los miembros de la asociación el motivo de su deseo de formar parte de ella: la caridad. Sentía lástima de las personas con parálisis cerebral y quería poner su granito de arena para mejorar sus circunstancias. Un sentimiento loable, si no lo analizamos desde un punto de vista cultural.

Porque si lo analizamos desde un punto de vista cultural, nos encontramos con un verdadero problema que hay que atajar con rotundidad, como hicieron en su momento los miembros de Acuario.

-- ¿Después de ese primer encuentro volvió?
-- No, se marchó.
-- ¿Se marchó voluntariamente?
-- Voluntariamente, la echamos.

¡Toma castaña mandarina! Los pobrecitos dignos de lástima rechazando una potencial ayuda. ¿Dónde se ha visto mayor desfachatez? La sociedad bien pensante, ésa que pone etiquetas y otorga a cada cual una posición en el mundo, pondría el grito en el cielo. Pero los protagonistas de esta historia saben lo que hicieron: contribuir a un imprescindible cambio cultural. Un cambio que se realiza con pequeños signos, con un trabajo lento, anónimo y aparentemente sin efectos inmediatos que, inicialmente, sólo aprecian quienes lo realizan, pero que llegará el día en que lo agradezca la sociedad entera: el día en que no haya pobrecitos y benefactores, sino personas iguales que se apoyan mutuamente, por un sentido netamente humano de solidaridad.

De esta anécdota me gusta mucho la palabra "voluntariamente" formulada por una persona (o un colectivo) a la que otras se sienten en posición de poder negarle la voluntad. Pero quiero también hacer una breve mención a otra palabra clave: la "caridad". Es una palabra maravillosa, pero que se ha pervertido de tal manera que resulta imposible emplearla sin que resulte ofensiva. La caridad, amor en origen y que, de ser sólo eso, constituiría la base de la mejor de las sociedades, es hoy una suerte de dadivosa displicencia de quien posee hacia quien no posee. Por favor, no se me juzgue ahora con severidad: hay personas caritativas en el mejor sentido del término, que llevan el bien a donde quiera que van; pero estas personas entenderán bien a qué me refiero con "caridad mal entendida". Hay caridad mal entendida en la solidaridad que no construye a las otras personas, sino que las mantiene siempre en la misma posición; hay caridad mal entendida en una solidaridad hacia un colectivo basada en un sentimiento de superioridad implícito; hay caridad mal entendida en una solidaridad basada en considerar a los demás incapaces de hacer nada por sí mismos, den o no muestras de lo contrario.

Entre todos tenemos que hacer un esfuerzo de cambio cultural: tenemos que desterrar el pobrecitismo crónico que impide al colectivo de personas con discapacidad mejorar su presencia y reconocimiento social; y, por otra parte, tenemos que sentirnos todos con capacidad de tomar decisiones voluntariamente. Somos dueños de nuestras acciones, pensamientos y decisiones; tenemos voluntad y no es ningún crimen ejercitarla cuando lo requiera la situación.

Buen inicio de verano.