Junto a otros asuntos, en la pasada reunión del día 6 de mayo se trató del tema de la participación de las personas con discapacidad. Y se hizo el siguiente razonamiento:
- Por un lado, cuando las grandes organizaciones del ámbito de la discapacidad reciben ayudas o subvenciones, el destino de ese dinero y de las actividades que realizan dichas organizaciones van dirigidas a todas las personas que forman parte de su colectivo destinatario, formen o no parte de una asociación.
- Por otro, nos encontramos con que, por múltiples causas, las personas con discapacidad conforman un colectivo poco dado a la participación. Las causas son exógenas en algunos casos (tendencia a la sobreprotección familiar, imagen cultural del "pobrecito", asistencialismo como forma clásica de ayuda a las personas con necesidades especiales...), pero también endógenas (creencia firme de "yo no puedo" -después de haber mamado esa idea desde pequeños-, acomodamiento -si me lo dan todo hecho, para qué me voy a molestar-, pereza -lo que para otras personas no supone esfuerzo, para personas con discapacidad puede resultar todo un reto, a veces difícilmente superable- y otras que podéis imaginar o que ya conocéis). Y el hecho es que tienen como resultado un colectivo poco dado a la movilización social.
- La falta de movilización social de las personas con discapacidad conduce a su invisibilidad. Aunque se ha mejorado mucho en este sentido (y cada vez es más frecuente ver a personas con discapacidad por la calle y que tanto los espacios públicos como los medios de transporte estén adaptados a personas con discapacidad), todavía queda mucho por hacer.
- Además, el actual clima de crisis económica y recortes está afectando de forma dramática a este colectivo. Y, dado que sus problemas son invisibles para muchas personas, parece que la repercusión social de estos recortes no existe.
- Conclusión: o las personas con discapacidad se movilizan a través de asociaciones, haciendo fuerza colectivamente, desde la unión, o mal andamos. O lo hacemos nosotros, o nadie va a trabajar por nosotros.
Esta conclusión se topa con la realidad que expresan los puntos anteriores: la tendencia al inmovilismo por diversas causas. Y cuando esa tendencia prevalece, de nada sirve que uno proclame a los cuatro vientos que ¡la unión hace la fuerza!, ¡que tenemos que movilizarnos!, ¡que debemos asociarnos!
En estas circunstancias, los incentivos al asociacionismo se tornan imprescindibles: o se les da a las personas con discapacidad motivaciones para asociarse NO TEÓRICAS, sino prácticas e inmediatas, beneficios tangibles (confiando en que esta actividad asociativa dará sus frutos en el medio y largo plazo), o el tejido asociativo de las personas con discapacidad terminará por resquebrajarse y perder toda su fuerza.
Por eso, volviendo al punto uno, quizá las grandes organizaciones deberían incentivar de alguna manera la pertenencia de las personas con discapacidad a alguna asociación, aportando algún tipo de beneficio concreto y visible. Los grandes beneficios, la fuerza como colectivo con capacidad de movilización social y defensa de los propios derechos, llegaría tarde o temprano, conforme la participación fuera impregnando las vidas cotidianas de los asociados.
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