martes, 13 de mayo de 2014

De hormigas atómicas y cursos intensivos

¿Os acordáis de la hormiga atómica? ¡Eso era velocidad!


La hormiga atómica tenía misiones en las que la velocidad y la fuerza eran esenciales. Si no hubiera sido veloz y fuerte, no habría podido ejercer de hormiga atómica, eso está claro.

Pero ¿necesitamos todos esa velocidad para cumplir nuestras misiones?

Para muchos de nosotros, la velocidad es una simple tentación, no una necesidad. Estuvimos a punto de caer en ella en la reunión de ayer, cuando la lectura del acta y de la documentación elaborada para la misma se prolongó unos minutos más de lo supuestamente imprescindible. Menos mal que logramos vencerla y mantenernos en nuestro ritmo. Ya lo hemos dicho muchas veces: no tenemos prisa. ¿Prisa? ¿Para llegar antes a dónde? El lugar de destino somos nosotros mismos, por lo que no tenemos que correr para llegar a tiempo. Llegamos cuando terminamos de leer el texto completo y luego intercambiamos impresiones y tomamos decisiones.

La primera vez que tuve relación con lo que yo considero prisa absurda y antiestética fue en un convento de clausura de Carmelitas descalzas. Eran buena gente, pero el mal de la velocidad había logrado atravesar la fortaleza de la clausura y ¡hacían cursos intensivos de San Juan de la Cruz! ¿De verdad no les chirriaba la unión de esos dos extremos: "curso intensivo" y el misticismo de San Juan de la Cruz? Parece ser que no. Debían de tener prisa por llegar a otra parte distinta de ellos mismos, por mucho que San Juan de la Cruz se hubiera empeñado en encontrar a Dios en sí mismo.

La velocidad es un peligro propio de nuestra época. Nos hemos acostumbrado a ella y la buscamos en todas partes, en cualquier circunstancia. Será cuestión de tomar conciencia e ir al ritmo real que demanda nuestra verdadera naturaleza. El ritmo que nos permite ser y encontrarnos con nosotros mismos.

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