Sí, dinero. Asqueroso y sucio dinero. Ese invento de los humanos para facilitar las transacciones y que, finalmente, se ha transformado en el rector del mundo. Ante él se pliegan todas las rodillas y a sus pies se postran todas las voluntades. Los ricos se apegan a él como si fuera el aliento que les da la vida. Los miserables de espíritu lo anhelan hasta tal punto que, por él, son capaces de renunciar a una vida plena, netamente humana, ejemplar. El dinero corrompe espíritus y pervierte la mente. Transforma a las personas en objetos y medios para un fin. Lo vemos en esta macabra globalización de la que disfrutan algunos y que padecen otros muchos. Lo vemos en la elaboración de presupuestos públicos, donde no se cuestionan las dietas para los que ya de por sí reciben un buen salario (el pago por un servicio público), pero se recorta sin mirar en gastos sociales encaminados a que colectivos desfavorecidos alcancen un cierto nivel de bienestar. Por ejemplo, se ha recortado en ayudas para taxi de personas con discapacidad. Total, qué más da.
Un eurotaxi |
¿Y cuánto le costó el eurotaxi? Pues algo más de 18 euros. ¿Es mucho o poco? Pues ni mucho ni poco. Es lo que es. Es lo que vale un servicio de taxi normal, porque un eurotaxi no es un servicio público sólo para personas con discapacidad, sino para cualquiera que necesite un taxi. El dueño de un eurotaxi está realizando un servicio de taxi cuando traslada a una persona con discapacidad y cobra lo que marca el taxímetro. Punto.
Pero ahora os pregunto: ¿cuántos de vosotros os movéis siempre en taxi? Salvo personas de mucho nivel adquisitivo, el desplazarse en taxi suele considerarse un lujo al que se recurre en momentos excepcionales; también, un servicio ágil que permite llegar antes a los sitios cuando se tiene especial prisa, etc. Para quienes no van en silla de ruedas eléctrica, desplazarse en taxi es una opción, no una necesidad. Tienen otras opciones más baratas: transporte público (autobús y metro) o coche no adaptado.
Y me preguntaréis: ¿acaso el transporte público no está adaptado? Y muchos ya sabéis la respuesta: si bien el panorama es irreconocible con respecto a hace 15 años, donde ni se planteaba la posibilidad de que los autobuses contaran con rampa, lo cierto es que la tendencia actual es hacia un deterioro. No hay dinero para seguir adaptando, para arreglar lo que se estropea y para llegar a hacer accesibles todas las estaciones de Metro. Así de sencillo: no hay dinero. Y nos lo dicen los mismos responsables de la gestión del transporte público en Madrid, por ejemplo. Por tanto, una persona que accede al Metro por una estación adaptada, puede encontrarse con la broma de que la estación de destino no esté adaptada o, peor, que estando supuestamente adaptada, tenga el ascensor fuera de servicio. Pablo, voluntario de FAMMA, nos contó ayer cómo se encontró con una sorpresa de este tipo en una salida reciente.
Vale, el Metro está así, pero ¿qué pasa con los autobuses? Son una buena opción, sin duda, pero... Resulta que existen determinadas limitaciones al transporte de personas con sillas de ruedas: sólo puede subirse el número de sillas para las que existan cinturones de seguridad; por regla general, una o dos. Por tanto, si llega un autobús a la parada donde la persona espera y ya está ocupada la plaza, tendrá que esperar. Si el autobús viene muy lleno, tendrá que esperar. Conclusión: un trayecto que para otra persona puede ser de 30' puede transformarse en una hora. Y con los detalles humanos correspondientes: cómo se nota la diferencia entre buenas personas al volante y malas personas (que las hay).
La cosa no es fácil. Una silla de ruedas eléctrica tiene una determinada autonomía. Pero si, además, la persona necesita otro tipo de adaptaciones importantes como una máquina de oxígeno que dispone de otra autonomía específica (como es el caso de mi amiga), los trayectos ya no pueden prolongarse en el tiempo sin más ni más. Sí, a todos nos gusta hablar de que las personas con discapacidad deben salir de sus casas y hacer cosas, pero del hablar a las posibilidades reales va un trecho. Y el trecho está muy condicionado por esos presupuestos elaborados por personas alejadas de las necesidades reales de los ciudadanos. Personas que consideran normal recibir una dieta por ocupar un escaño, o por trasladarse en taxi en lugar de en su propio coche o en un coche oficial, que también pagamos entre todos. Lo ven justificado en su propio caso, pero ni se les pasa por la cabeza pensar que hay personas que necesitan mucho más el dinero.
Y no quiero cerrar este artículo sin hablar de la otra parte de la ecuación: los dueños de los eurotaxis. ¿Os hacéis una idea de lo que cuesta adaptar un taxi para transformarlo en eurotaxi? Ayer se barajaron algunas cifras: 8.000 euros la adaptación básica, 40.000 euros un eurotaxi completamente adaptado como el que disfrutamos ayer. Antes, la Administración Pública subvencionaba este tipo de adaptaciones, de forma que hubiera algún incentivo para prestar este servicio (más allá del humanitario, que es independiente del oficio). Ahora ya no hay subvención. Además, como la Administración no hace campañas informativas sobre qué es un eurotaxi y su función pública, muchas personas de la calle no se atreven a parar un eurotaxi que aparezca con el cartel de libre porque, o bien piensan que es sólo para personas con discapacidad, o bien creen que es más caro que un taxi normal. Y ni una cosa ni otra. Un eurotaxi es un taxi para todos.
Conclusión: que los que han adaptado sus taxis no lo tienen nada fácil. ¿Qué harán cuando hayan amortizado su inversión, cuando llegue el momento de renovar el taxi? Pues qué sé yo... Supongo que harán sus cálculos y optarán por lo que les dicten su razón y su corazón.
hola PILU,TIENES MAS RAZON QUE UN SATO
ResponderEliminarGracias, Juan. A ver si, a base de reflexiones en voz alta sobre lo aparentemente obvio, vuelve a brillar la luz de la esperanza y de la justicia. Demasiadas nubes tapando el sol durante demasiado tiempo.
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