martes, 29 de octubre de 2013

¿Y qué, si lo fuera?

Hace un par de semanas, nos reunimos en Acuario con Francisco Valdivia, de la Fundación Ana Valdivia de apoyo a los niños con parálisis cerebral, que vino a informarnos sobre Aspace.

Francisco compartió con nosotros no sólo la información a la que se había comprometido, sino parte de sus experiencias vitales y un buen conjunto de ideas que, no me cabe la menor duda, llevará a cabo desde su propia fundación o desde Aspace: ganas y energía no le faltan, afortunadamente.

Pero vamos al tema que da origen a este pequeño artículo. En el transcurso de la reunión se habló de la parálisis cerebral como la gran desconocida, como un tipo de discapacidad que, por el nombre y por los efectos físicos que produce, los que no la conocen tienden a identificar con afectación mental: "Muchos nos confunden con personas deficientes mentales".

Y aquí viene el gran tema.


A nadie nos gusta que se piense de nosotros lo que no somos. Y es legítimo aspirar a que la sociedad entienda bien en qué consiste tu discapacidad para que no te considere lo que no eres. Pero ¿qué esconde a su vez esta legítima aspiración? Quizá algo que está en la raíz de muchos de los problemas que afectan a las personas con discapacidad en nuestro país: la división.

Soy paralítico cerebral, no deficiente mental. Tengo síndrome de Down, no parálisis cerebral. Tengo discapacidad física, no mental. Tengo discapacidad mental, no física... Y lo malo es que la autodefinición no se queda en eso, sino que deja traslucir una lucha por un determinado reconocimiento social y por unos recursos cada vez más limitados, basada en que cada uno de los pequeños colectivos se considera especialmente maltratado.

Esta autodefinición basada en la contraposición con colectivos que tienen otro tipo de discapacidad reduce la capacidad de lucha y de conquista de derechos de las personas con discapacidad en su conjunto. No olvidemos que todas las personas con discapacidad se enfrentan a más dificultades que la media de la población para salir adelante. Sus dificultades van con ellas, las acompañan a lo largo de toda su vida. Es absurdo que trabajemos por separado para limar estas dificultades en lugar de hacerlo todos juntos, como una sola persona. ¿Os imagináis la fuerza que tendríamos?

Por eso lanzo la pregunta que da título al post. Nos fastidia que nos confundan con una persona con otro tipo de discapacidad, pero ¿y qué, si lo fuéramos? ¿Tendríamos a caso menos derechos? ¿Perderíamos un ápice de nuestra dignidad como personas? Nada de eso. Allá cada cual con lo que decide aprender de las personas que lo rodean, allá si uno decide reducir su mundo a lo que encaja en su idea de normalidad, allá del que tiene miedo a lo diferente, allá del que desprecia al que no tiene, supuestamente, sus mismas capacidades... Se encontrará algún día con la verdad y comprenderá que la discapacidad, como cualquier otra realidad cotidiana, le puede sobrevenir a cualquiera. Y ahí entenderá. No nos dejemos avasallar por la ignorancia ajena y no nos dividamos. Entendámonos a nosotros mismos simplemente como personas con dignidad y sigamos nuestro camino.

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